Hay bandas que están llamadas a marcar un antes y un después en la historia de la música. Se habla mucho de aquellos artistas que lograron solo un éxito, los One Hit Wonder, que tuvieron un gran pico de popularidad para luego desaparecer. ¿Hay alguien que recuerde alguna canción de A-ha que no sea Take On Me? ¿Acaso Rick Astley ha vuelto a producir un éxito tan brutal como aquel mítico Never Gonna Give You Up? Por supuesto, si eres fan de estos artistas ahora estarás enfadado pensando en que tienen carreras muy sólidas y completas, con varios discos y giras mundiales… Pero para la inmensa mayoría del público, estos artistas se quedaron en un solo hit, muy recordado, eso sí. Tampoco es algo negativo, porque hay muchos que ni siquiera pueden presumir de ello. Al menos estos sí que han conseguido su puesto en la historia de la música.
Si la carrera de un One Hit Wonder es difícil, más aún debe ser el tener que enfrentarse a la carga de haber lanzado el disco debut más vendido y laureado de la historia. Cuando Guns & Roses lanzó Appetite for Destruction en 1987, algo cambió en la industria. Un grupo más de aquel glam rock que tanto gustaba en la Costa Oeste, pensarían muchos. Pero no, ni por asomo. La calidad de las composiciones de la banda, con temas pegadizos como Paradise City o Sweet Child of Mine, se unía al talento de Slash en sus arreglos y riffs, y a la electrizante figura de su vocalista, Axl Rose. La mezcla perfecta para que los amantes del rock encontraran a su nueva banda predilecta. Con un disco que vende más de 25 millones de copias en todo el planeta, tres canciones en el número 1 y una gira a nivel mundial como estrellas de cartel, Guns & Roses pasaron de la nada al todo en apenas un año. Y aquello no es fácil de asimilar, desde luego. En la banda nunca han faltado polémicas, referidas a las canciones y contenido, pero también a los excesos de sus integrantes con el sexo y las drogas. Y es que Guns & Roses querían ser la banda de rock definitiva, en todos los sentidos.